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VENEZUELA. MADURO NO ES CHÁVEZ

Publicado: 2013-04-24

Las dictaduras suelen derrumbarse a la muerte de sus caudillos. Paradójicamente, esa misma aura mesiánica, que llega a obnubilar a las masas no se puede transferir a  “heredero” alguno. Esto es lo que sucedió con Chávez en Venezuela. El culto a la personalidad que le generó grandes adhesiones populares no ha podido ser reemplazado de la noche a la mañana, menos aún cuando su candidato presenta evidentes limitaciones políticas. Éste es precisamente (para bien de la democracia) otro de los errores de los autócratas. Su megalomanía los lleva a creerse inmortales, y por lo tanto a no preparar a un sucesor.

Sobre los resultados de las recientes elecciones hay algo que sólo se puede leer entrelíneas. Cuando un gobierno, a pesar de controlar los órganos electorales, no obtiene un resultado claramente favorable, trata de ganar tiempo demorando el anuncio de los resultados. Todo indica entonces que el gran problema de Nicolás Maduro fue, por un lado la existencia de abundante voto escondido – sucede en las autocracias-; y por otro lado, un debilitamiento de su candidatura.  Entonces si la diferencia anunciada ha sido apenas de un punto y medio, lo probable es que el resultado real sea adverso al régimen oficial. El no permitir la presencia de observadores de prestigio abona a favor de esta hipótesis.

A pesar de haberse proclamado tempranamente presidente, el hecho concreto es que Maduro no es Chávez. No tiene ese temperamento que lo llevaba a ganarse aplausos vilipendiando  públicamente a los EE. UU. No tiene tampoco ese carisma bonachón que le ayudaba a conquistar el apoyo de los más desposeídos. Esto significa que se necesita mucho más que el dinero del petróleo para controlar el frente interno. Es más, incluso teniendo el apoyo de la cúpula de las fuerzas armadas, no durará en el cargo. Es secreto a voces que dentro de éstas hay sectores disidentes, que ante la muerte del caudillo harán escuchar su voz de protesta. Es posible entonces que nos estemos aproximando a una polarización política sin precedentes.

Tampoco será sensato  irse al otro extremo, promoviendo un gobierno ultra derechista que agudice la brecha entre una minoría que concentre la riqueza, y una mayoría que espere el iluso chorreo. La única salida que le queda al presidente tan endeblemente electo es convertir su gobierno en un régimen de transición. De lo contrario es posible que le espere más de un levantamiento. De otro lado, no hay que olvidar la crisis económica que se va agudizando. Con los productos que escasean y los precios que suben diariamente. Dentro de unos meses el descontento alcanzará tal magnitud que la única forma de encausarlo será a través de acuerdos políticos y económicos que sean percibidos como la luz al final del túnel de un régimen opresor.

Una reflexión necesaria en este punto tiene que ver con derribar una serie de mitos de nuestra política peruana y también latinoamericana. Uno de ellos es condenar sólo a las dictaduras de derecha y tratar de justificar a las de izquierda. Otro mito es considerar que el apoyo popular legitima a un régimen tiránico. En general, todas las dictaduras comienzan ganándose la simpatía de los más pobres a través de una combinación de populismo y de propaganda oficial. Lamentablemente la pobreza material arrastra consigo a otras lacras como la pobreza cívica, e incluso la pobreza moral.

Como bien lo advirtió Erich Fromm en su libro el “El Miedo a la Libertad”, los pueblos  entregan la toma de decisiones a un caudillo paternalista, a cambio de que les  solucione sus principales problemas, con especial prioridad en la alimentación. Es por ello de vital importancia que la escuela en general forme ciudadanos conscientes de sus derechos, pero también de sus deberes para con la institucionalidad democrática. Este tipo de educación es precisamente las que no promueven las dictaduras. En su reemplazo implementan escuelas centradas, por un lado en el cognitismo desprovisto de toda orientación ética; y por otro lado en formar ciudadanos conformistas, obedientes a la “autoridad”, y (el término es fuerte)  mendicantes con el tirano generoso. A manera de conclusión, podemos afirmar que, después de tantos años de un gobierno autocrático, se debe reconstruir la institucionalidad, el equilibrio de poderes, la plena libertad de expresión en Venezuela. No obstante el desafío mayor es cambiar la mentalidad de la población. De tal manera que no vuelvan a permitir la incubación de otra dictadura en el futuro.

Las dictaduras suelen derrumbarse a la muerte de sus caudillos. Paradójicamente, esa misma aura mesiánica, que llega a obnubilar a las masas no se puede transferir a  “heredero” alguno. Esto es lo que sucedió con Chávez en Venezuela. El culto a la personalidad que le generó grandes adhesiones populares no ha podido ser reemplazado de la noche a la mañana, menos aún cuando su candidato presenta evidentes limitaciones políticas. Éste es precisamente (para bien de la democracia) otro de los errores de los autócratas. Su megalomanía los lleva a creerse inmortales, y por lo tanto a no preparar a un sucesor.

Sobre los resultados de las recientes elecciones hay algo que sólo se puede leer entrelíneas. Cuando un gobierno, a pesar de controlar los órganos electorales, no obtiene un resultado claramente favorable, trata de ganar tiempo demorando el anuncio de los resultados. Todo indica entonces que el gran problema de Nicolás Maduro fue, por un lado la existencia de abundante voto escondido – sucede en las autocracias-; y por otro lado, un debilitamiento de su candidatura.  Entonces si la diferencia anunciada ha sido apenas de un punto y medio, lo probable es que el resultado real sea adverso al régimen oficial. El no permitir la presencia de observadores de prestigio abona a favor de esta hipótesis.

A pesar de haberse proclamado tempranamente presidente, el hecho concreto es que Maduro no es Chávez. No tiene ese temperamento que lo llevaba a ganarse aplausos vilipendiando  públicamente a los EE. UU. No tiene tampoco ese carisma bonachón que le ayudaba a conquistar el apoyo de los más desposeídos. Esto significa que se necesita mucho más que el dinero del petróleo para controlar el frente interno. Es más, incluso teniendo el apoyo de la cúpula de las fuerzas armadas, no durará en el cargo. Es secreto a voces que dentro de éstas hay sectores disidentes, que ante la muerte del caudillo harán escuchar su voz de protesta. Es posible entonces que nos estemos aproximando a una polarización política sin precedentes.

Tampoco será sensato  irse al otro extremo, promoviendo un gobierno ultra derechista que agudice la brecha entre una minoría que concentre la riqueza, y una mayoría que espere el iluso chorreo. La única salida que le queda al presidente tan endeblemente electo es convertir su gobierno en un régimen de transición. De lo contrario es posible que le espere más de un levantamiento. De otro lado, no hay que olvidar la crisis económica que se va agudizando. Con los productos que escasean y los precios que suben diariamente. Dentro de unos meses el descontento alcanzará tal magnitud que la única forma de encausarlo será a través de acuerdos políticos y económicos que sean percibidos como la luz al final del túnel de un régimen opresor.

Una reflexión necesaria en este punto tiene que ver con derribar una serie de mitos de nuestra política peruana y también latinoamericana. Uno de ellos es condenar sólo a las dictaduras de derecha y tratar de justificar a las de izquierda. Otro mito es considerar que el apoyo popular legitima a un régimen tiránico. En general, todas las dictaduras comienzan ganándose la simpatía de los más pobres a través de una combinación de populismo y de propaganda oficial. Lamentablemente la pobreza material arrastra consigo a otras lacras como la pobreza cívica, e incluso la pobreza moral.

Como bien lo advirtió Erich Fromm en su libro el “El Miedo a la Libertad”, los pueblos  entregan la toma de decisiones a un caudillo paternalista, a cambio de que les  solucione sus principales problemas, con especial prioridad en la alimentación. Es por ello de vital importancia que la escuela en general forme ciudadanos conscientes de sus derechos, pero también de sus deberes para con la institucionalidad democrática. Este tipo de educación es precisamente las que no promueven las dictaduras. En su reemplazo implementan escuelas centradas, por un lado en el cognitismo desprovisto de toda orientación ética; y por otro lado en formar ciudadanos conformistas, obedientes a la “autoridad”, y (el término es fuerte)  mendicantes con el tirano generoso. A manera de conclusión, podemos afirmar que, después de tantos años de un gobierno autocrático, se debe reconstruir la institucionalidad, el equilibrio de poderes, la plena libertad de expresión en Venezuela. No obstante el desafío mayor es cambiar la mentalidad de la población. De tal manera que no vuelvan a permitir la incubación de otra dictadura en el futuro.


Escrito por

Billy Crisanto Seminario

Buscador incansable de la verdad. Temperamental y apasionado. Deprimido a ratos, sin embargo me llena de dicha contemplar las estrellas. Cuando me siento mal vuelo al mundo de la fantasía donde encuentro a mi musa a quien colmo de amor y luego...simplemente es


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marginal777

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